miércoles, 9 de mayo de 2012

La hija de mi secretaria


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Mi secretaria, a quien llamaremos Carmen, ha estado conmigo casi 20 años; era la secretaria de la gerencia general en una empresa donde, a mis 34 años, ingresé para hacerme cargo de la gerencia de producción. Señora de aspecto serio y elegante, bajita, medio cuadrada, pero muy inteligente y muy eficiente con la que rápidamente congenié; era más fácil para mí coordinar con ella que con su jefe y ella se encargaba de sacarle la firma para cualquier cosa de rutina que yo necesitara. Madre soltera a los 17 años, tenía ya 33 y su hija 16 cuando las conocí; la chiquilla, que acababa de terminar el colegio, estaba estudiando inglés y secretariado y, de vez en cuando, se aparecía por la fábrica para encontrarse con su mamá e irse juntas a su casa. Era muy fácil darse cuenta que la mocosa había entrado a la fábrica por el coro de aullidos y silbidos que acompañaban su paso a través del taller hasta las oficinas que, al contrario de lo usual en estas empresas, no se encontraban cerca de la entrada sino al fondo del local.
Tania no había salido a su madre; delgada, alta, con unas tetas pequeñas pero sólidas que apuntaban firmemente hacia adelante, una cintura de avispa, unas caderas de infarto y unas piernas largas y torneadas que gustaba de exhibir con el más absoluto descaro; su piel, profundamente trigueña, sólo realzaba aún más su exótica belleza y su rostro fino coronado por una cabellera larga y ondulada... pero era fruta prohibida, no sólo era menor de edad sino que era “la hija de la señora Carmen”.
Con el tiempo, el gerente general fue trasladado a otra empresa del mismo grupo y yo fui el designado para reemplazarlo con lo cual Carmen pasó a ser mi secretaria. Desde el ventanal de mi nueva oficina en el segundo piso se podía observar casi toda la fábrica y las visitas de Tania, que para entonces ya había cumplido los 18 años y estaba cada día más rica, se convirtieron en el más placentero espectáculo, en lo único que me proporcionaba un paréntesis de relax en esa agobiante gerencia. El inevitable coro de silbidos que saludaba su ingreso me hacía detenerme en mi trabajo para observarla mientras caminaba los casi 100 metros desde la puerta hasta la oficina, deliciosamente, irresistiblemente atractiva, con ese bamboleo de caderas que hipnotizaba a cualquier hombre y que a mí me hacía babear mientras recitaba mentalmente los versos de Vinicius de Moraes "Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça É ela a menina que vem e que passa Num doce balanço caminho do mar..." La flaca hasta se había convertido en un riesgo de seguridad por la distracción que causaba en los obreros. Cada vez que Carmen se encontraba en mi oficina cuando entraba su hija, yo tenía que disimular la saliva que me llenaba la boca haciéndole siempre la misma broma...
“¿Ya habras ahorrado lo suficiente, no?”
“¿Ahorrado? ¿Para qué ingeniero?”
“Para la escopeta, claro...”
...
La crisis del Fujishock terminó por afectar a la empresa y pronto las sucesivas reorganizaciones y reducciones de personal me dejaron como el único ejecutivo con nivel de gerente y a Carmen como la única secretaria en toda la empresa, para entonces ya era ella mi mano derecha y yo no hubiera concebido manejar la empresa sin su ayuda. Y entonces, un serio problema médico de esos que sólo tienen las mujeres la obligó a pedir unja licencia de seis semanas para someterse a una complicada cirugía; sin saber qué hacer para reemplazarla, ya que las otras empresas del grupo también andaban con el mínimo absoluto del personal, Carmen me propuso que Tania la reemplazara. La nena estaba de vacaciones en su instituto y la práctica le vendría bien, podía saltarse un ciclo del inglés sin problemas y así no me vería en la dificultad de contratar a alguien por sólo seis semanas. Lo pensé un poco, lo dudé mucho, pero en realidad no tenía muchas otras opciones así que acepté.
Fue un grave error, la flaca andaba siempre vestida para matar; sin haber recibido nunca el uniforme que la empresa proporcionaba a todo el personal femenino, Tania se presentaba al trabajo con unas minifaldas de esas que paran el tráfico y provocan accidentes de tránsito. Sus tetitas de adolescente habían desarrollado justo hasta una talla 34B, perfectas para su figura, y el calor del verano le proporcionaba la excusa (como si necesitara una excusa) para unos escotes que casi no dejaban nada a la imaginación. Es claro que yo, como su jefe, debí haberle impuesto un código de vestido, unas reglas mínimas en cuanto a la altura de esa minifalda, la amplitud de ese escote delantero y también, por qué no decirlo, de ese escote en su espalda que para usar las palabras de Ricardo Arjona, algunos días... “llegaba justo a la gloria”. Pero no pude.
Hipócritamente me justifiqué a mí mismo pensando que... era la hija de Carmen, que si le decía algo era como decirle a Carmen que su hija se vestía como una cualquiera, que si su madre le permitía vestirse así quién era yo para decirle nada... Pero la verdad era que no quería privarme del espectáculo de esas piernas dando vueltas por mi oficina, del espectáculo de esas tetas vistas por encima del escote cuando me acercaba por detrás a ‘revisar’ lo que estaba tipeando en la computadora mientras procuraba ver si un pezón travieso se asomaba bajo el borde del sostén, del aroma de la piel desnuda de sus pechos a centímetros de mi cara mientras me ponía sobre el escritorio los documentos que debía firmar. Hipócrita, sí, hipócrita y estúpido. A mis 35 años estaba cayendo en el juego perverso de una mocosa que estaba de cacería, buscando asegurar su futuro financiero con, debo reconocerlo, muy poca sutileza y mucha osadía.
Lamentablemente hoy se ha hecho ya muy tarde; debo apagar el internet, cerrar la oficina e ir a recoger a mi mujer de la casa de mi suegra.

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