viernes, 17 de abril de 2015

El día que Estrellita me hizo ver las estrellas


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Hace poco entré nuevamente a la vieja habitación que me cobijaba cuando estaba en la secundaria. Encontré libros empolvados, ropa estrafalaria, fotos con imágenes inolvidables y demás objetos que trajeron a mi mente los recuerdos más hermosos de la adolescencia. Ver esas paredes, carcomidas con los residuos de las descargas provocadas por mi excitación, me hicieron reír y sonrojar a la vez. Pero en medio de esas remembranzas libidinosas, hubo un pensamiento especial, uno que marcó mi vida y mi sexualidad para siempre: Estrella.
Estrellita, como le decía de cariño, era una chica provinciana muy guapa, de cabello lacio y rostro afable. Tenía una mirada coqueta, su sonrisa era realmente cautivadora y físicamente tenía curvas muy generosas. Sin embargo, el atributo físico que más resaltaba en ella era sin dudas aquellos pechos fantásticos que lucia a la perfección gracias a los endiablados escotes que utilizaba.

Yo estaba hipnotizado por esas tetas, estaba tan arrecho que trepaba sutilmente la puerta del baño para verla ducharse; y confieso que envidiaba aquel jabón rosa que se perdía por las partes más profundas de su cuerpo. Soñaba acariciarla, besarla y hacerle todas las marranadas que se me pasaban por la mente cuando la espiaba. Pero, haciendo una pausa en mi acalorado recuerdo, debo decir que ella tenía 19 abriles y era dos años mayor que quien les escribe. No obstante, a pesar de ello, llevábamos una relación muy buena, propia de la edad; nos contábamos de todo y jugueteábamos mucho, aunque también he de aclarar que había un inconveniente adicional, uno que les sonará grave, pero que la calentura se encargó de echar al tacho: Era la novia, conviviente, casi la mujer de mi primo. Maldita suerte.

Estrella no era la primera chica que llevaba Andy para que conviva con él (pero si era la más cuerpona). Por ello no fue fácil que mis padres le aceptaran la petición de que lo dejasen estar allí con ella. Pero al final accedieron y, claro está, el más agradecido fui yo. Mi primo trabajaba y llegaba de noche. Estrellita se quedaba a hacer las labores domesticas, era muy servicial y cada vez que me veía me invitaba a que le haga algo de compañía. Fue allí donde nació la gran confianza que teníamos, ella me enseñaba sus fotos, yo le contaba de mis cosquilleos por una flaca de la academia; empero, recuerdo en especial la vez que me enseñó a bailar salsa. Le había confesado que tenía dos pies izquierdos y por eso me palteaba ir a una fiesta. Pero ella, muy risueña, me cogió de la mano, puso música y pegó firmemente su cuerpo junto al mío. En ese indescriptible momento me sentí totalmente extasiado, en las nubes. Pude percibir como sus dos enormes pechos se oprimían junto a mi y no sabía que hacer. “a ver, así, de izquierda a derecha renzito. Si es una salsa sensual no te despegues por que a nosotras nos gusta que nos apapachen”, me dijo cerca del oído. Luego de semejante acercamiento yo no sabía si ir o venir, no podía dejar de verla a los ojos y concentrar toda mi atención en esos pechos gigantescos que se movían cerca a mí. La situación era terriblemente comprometedora, estaba contentísimo, pero quería salir corriendo porque mi sexo se incrementaba a medida que ella tarareaba casi en mi oído la canción de Vitti Ruiz “caricias prohibidas”. En un instante no pude más, mi erección estaba en el clímax y me separé de ella excusándome con que tenía que hacer otras cosas. Fui raudamente a mi habitación maldiciendo la vergüenza que sentí en ese momento de placer. Sabía que me había sonrojado demasiado y que actué como un cobarde aún a sabiendas que ella notó mi verga erecta. No lo pensé dos veces y me cogí la entrepierna con rabia e impotencia, cerré los ojos y traté de besarla en mi inconciencia. Yo estaba echado en mi cama, pero mi mente estaba junto a ella, levantándole el sweater, lamiéndole esos pezones gigantes y apretándole la vagina lentamente. Esa tarde no dude en masturbarme y al día siguiente tuve que lavar muy rápido mis sabanas luego de la fantástica noche húmeda que tuve.

Como es lógico en un adolescente, los días siguientes no fueron fáciles por la vergüenza infinita que sentía. Ella me saludaba, pero me costaba mucho trabajo decirle algo sin dejar de balbucear o mencionar alguna tontería. Mientras ella me miraba, los deseos más indecentes se apoderaban de mí, y fue esa la razón más importante para armarme de valor y seguir hablándole sin tanta pena; incluso empecé a coquetearle, a lo que ella me respondía pícaramente “Hay renzito, si no fueras su primo…”. “Puta madre, se me esta haciendo”, me dije. Los toqueteos a mi colgajo eran más frecuentes y ya no me importaba mucho el aspecto familiar. Quería cogerla, hacerla mi mujer, pasar mi lengua por todo su cuerpo y besarla por lugares insospechados. El instinto animal se empezaba a escapar en mí, ya era inevitable.

Un sábado, cerca de mi casa se inauguraba un centro comercial. Mis padres fueron a ese evento para ver las ofertas y fisgonear por allí. Yo me quedé porque tenía que limpiar mi habitación. Eran las tres de la tarde y hacía un calor infernal, no había nadie en mi casa; o al menos eso pensé. Por tal motivo, puse muy alto el volumen de la música mientras ordenaba mis cosas. Estaba vestido solo con una bermuda, sin polo y descalzo. De pronto, cuando volteé hacía la puerta, estaba ella, mirándome mientras ordenaba mi ropa. Sorprendido le dije: ‘Carajo, me asustaste, pensé que no había nadie en casa’. Ella hizo una sonrisa tibia y me explicó que regresó por que no aguantaba el calor y quería darse un baño. Las hormonas se me revolotearon pensando que podía espiarla una vez más, pero en un instante, sin que yo pudiese notarlo, se acercó y me preguntó: ‘¿Estas haciendo ejercicios? estas marcando bastante tus músculos’. Sonrojado por el piropo, solo atiné a decirle que era producto del fulbito y de las paralelas que hacía frecuentemente. ‘se te ve muy bien’ continuó y me miró fijamente. Ante tamaña insinuación, ya no podía esquivarle la mirada, estábamos allí, frente a frente, y si no aprovechaba esa oportunidad me iba a arrepentir toda la vida. Abrí lentamente mi boca, la agitación se hacía cada vez más intensa en mí. ‘tú también te vez muy bien’ respondí por inercia y luego, casi sin darme cuenta, me entregué a mi locura y me lancé encima de ella con fiereza hasta llegar a su boca para darle un beso seco, intenso, torpe; pero firme. Cerré mis ojos y a los pocos segundos, algo dubitativo, separé mis labios de los suyos lentamente. ‘perdóname, no se que pasó’, me disculpé. “Que huevón soy”, pensé. Ella sonrió levemente y me regaló esa mirada coqueta que tanto me gustaba ‘la vez pasada no me dejaste enseñarte a bailar, creo que se te “paro” el reloj porque estabas apurado’, me dijo en clara alusión a mi pene que se puso duro cuando reposó su cuerpo junto al mío. Yo estaba sorprendido pero a la vez excitado, no creí que me dijera eso, aunque entendí la señal que me había mandado. Sin titubear la besé nuevamente y ella correspondió sin temor a mis labios. Fue un beso tierno, mejor que el anterior y poco a poco se hizo mas intenso, profundo, con lengua. Ella puso su mano en mis mejillas y me acariciaba suavemente. Su mano bajaba dulcemente hacia mi mentón, acariciándolo lentamente hasta que llegó a mi pecho. Le cogí las manos y luego toqué su suave cabello. De pronto se alejó de mí y me dijo sorprendida ‘Renzo, tu me gustas pero no creo que esto sea del todo correcto, no se en que estoy pensando’. En ese instante no supe que responder, estaba completamente extasiado y caliente. Solo atiné a decir ‘Estrellita, tú me gustas demasiado, te deseo desde la primera vez que te vi, no puedo contenerme’ y seguidamente volví a acariciarle el cabello mientras la besaba nuevamente. Al principio se resistía un poco, tratando de ponerle un freno a sus impulsos, pero una vez entregada al momento me confesó que también le gustaba y hasta me exigió que no parase. Ella llevaba un short blanco y un top rosa, el cual resaltaba enormemente sus senos redondos y firmes. Los besos fueron cada vez más intensos y empecé a recostarla en mi cama muy despacio. Bajé mis labios por su cuello hasta llegar a sus pechos, esos que tanto había deseado; levanté la mirada y pude verla gemir placidamente, como una fiera que se rinde ante el placer incalculable que le brinda el placer prohibido. Decidí aventurarme en esas ubres maravillosas, le levanté el top y por fin pude tenerlas frente a mí; pude olerlas, acariciarlas y besarlas como siempre quise, las lamia por todos lados, ella me tomaba del cabello y me sumergía más, jadeaba cada vez que le mordisqueaba suavemente los pezones. Mientras gemía, me llevó nuevamente a su boca y me besó de manera alocada, como nunca antes nadie me ha besado. Sentía como ardía en fuego por dentro a la vez que sus manos buscaban mi verga, que ya estaba totalmente erecta y a punto de explotar gracias a sus caricias. Luego me empujó nuevamente a sus pechos para que los siguiese lamiendo. ‘Que ricas tetas tienes estrellita’ le dije. ‘Sigue así papi, sigue besándome que se siente bien rico’ replicó. Yo continué explorando su cuerpo y llegué a su ombligo, pero cuando intenté bajar más, se acomodó en mi cama y me ofreció su sexo, eso me encendió mucho más y mientras la miraba, empecé a tocarle la vagina suavemente. Ella emitió un grito ahogado, llena de lujuria. Era la primera vez que tocaba una vagina tan mojada, le saqué el short y a medida que tanteaba sus paredes vaginales con mis dedos, estrellita se movía en círculos al compás de mis arremetidas, siempre observándonos, comiéndonos con la mirada, como si fuese un concurso de placer que ninguno de los dos quería perder. Seguidamente me deshice de su trusa y pude ver la plenitud de su maravillosa concha, tan mojada, tan dispuesta a ser penetrada. Ella se reía, invitándome a que me comiera su sexo. Y así lo hice. Empecé a besar sus pies, llegando a las piernas hasta llegar a sus muslos. Luego, suavemente introduje mi lengua dentro de su ser, saboreándole el clítoris, y fue allí cuando noté como se movía alborotada por la pasión. Me saqué el short y empecé a frotarle mi erguido pene por su vulva, ella me pedía que no parase, ya estaba entregada al placer y poco nos importó si nos descubriesen o no. Por un momento llegué a pensar en los preservativos, pero ella se acercó a mis oídos y me susurró: “ahora me toca a mi, papi”. Seguidamente se arrodilló y sin titubear empezó a pasar su lengua por mi pene. Hasta ahora no puedo descifrar la sensación indescriptible que fue sentir como se devoraba mi falo una y otra vez. Yo estaba indefenso, a su merced, impresionado por el placer interminable que sentía en mi pene. Tuve que apretar fuertemente los puños y jalar mis sabanas para no explotar de placer. Sus lamidas eran fantásticas, y todo lo hacía mirándome firmemente a los ojos. Duré solamente un par de minutos antes de decirle que parase por que sino me iba a venir. Ella sonrió y me besó nuevamente mientras me echaba en la cama. Por un instante creí que había hecho mal al frenarla (tan rico que estaba) y por eso decidí penetrarla con fiereza, para que no pensara que era un maldito precoz. Es así como la devolví fuertemente a la cama y la sostuve de sus brazos, demostrándole quien era el que tenía el mando en ese momento. Ahí pude verla a plenitud, estaba deliciosa y muy arrecha, se safó de mi prisión y puso una de sus piernas en mi pecho. Eso jugueteo me calentó a más no poder, levanté su otra pierna y coloqué mi pene en su vagina, mientras ella cerraba sus ojos sintiendo como mi sexo se apoderaba lentamente de sus entrañas. Estaba hirviendo, su vulva ahorcaba mi pene centímetro a centímetro y cuando estuvo totalmente dentro empecé a meterlo y sacarlo despacio, pero luego con más ritmo, éramos uno solo, le sostenía las piernas y la penetraba cada vez con mayor fuerza. Ella respiraba profundamente y se movía cada vez más fuerte, controlando la situación totalmente. Estaba maravillosa, tan natural y fantástica como siempre la soñé. Yo quería mantenerme dentro de su ser por siempre, que no se acabara nunca ese momento de gloria y placer que era solo de los dos. Ella se dio cuenta de mi excitación infinita y me invitó nuevamente a besarla; mientras nos acomodábamos para una nueva pose. Se arrodilló y me pidió que la penetrara en perrito, me besó nuevamente el falo y segundos después ya estaba penetrándola por detrás, con fuerza, como había visto en las películas porno. Estrellita gemía cada vez con más fuerza y sus gritos me enloquecían, la eché de espaldas a la cama y la abracé por detrás mientras la poseía con violencia. Sus gemidos ya eran casi gritos que se perdían en la soledad de mi casa. Mientras la penetraba le decía al oído lo rica que estaba. ‘que rica pinga tienes, Renzo. No pares que ya me vengo, dame más papi”, me imploraba. Esas peticiones, esas exigencias me daban mayor fortaleza y saqué fuerzas de no sé donde para no venirme. Cuando sentí que iba a explotar, ella gemía y dio un grito distinto, uno solo que fue como si se ahogase, como si perdiese la vida por unos segundos. Se había venido, sentí ese calorcito en mi verga ya húmeda por sus flujos. No aguante más y le pedí que se voltease para venirme en sus pechos, a lo que ella accedió muy complacida. Salí de su vagina y derramé todo mi esperma en sus pechos. Fueron chorros largos e intensos que atacaron sus pechos con fiereza. Sentí el mayor de los placeres mientras me venía, como un calambre intenso que venía desde mi pene y se prolongaba por todo mi cuerpo. Ella se frotaba mis flujos por su pecho y me besó nuevamente mientras caíamos rendidos en mi cama, aquella que vio como hice realidad el primero de mis más oscuros sueños eróticos. Había poseído a una mujer en su totalidad, una como siempre soñé.

Aquella tarde lo hicimos dos veces más y mis viejos casi nos sorprenden, pero hicieron ruido al entrar y yo los odié por interrumpir ese mágico momento.

Luego de aquellas fechas, mi relación con estrellita se hizo mucho mejor, creo que mi primo sospechó que ella lo engañaba y esa fue la excusa perfecta para que terminasen: “si no confías en mí, entonces la relación se fue al diablo”, recuerdo que le dijo. Yo estaba muy orgulloso de ella, había hecho un teatro perfecto, y seguidamente se fue a vivir a casa de su tía, donde también tiramos con locura.

Pase momentos muy lindos y calientes con ella, y aunque ya no sé cual sea su paradero, en mi mente y en mi cuerpo siempre quedará el recuerdo de la mujer que me hizo un hombre en su totalidad: Sin tapujos ni inhibiciones. Nunca olvidaré aquella tarde en la que estrellita me hizo ver las estrellas.

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